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Entrevista com Eva Guerrero/Libros Ásia – 22 Jan. 2024

Parte I - SOBRE LA INVITADA

1. En primer lugar, ¿cómo llegó la literatura asiática a su vida, o cuál es su relación personal con Asia que le llevó a crear el proyecto Libros Asia en Instagram?

Desde que era una niña, y de forma muy habitual, la gente creía que yo era medio asiática por mis rasgos faciales, por lo que de algún modo siempre me interesé por Asia. Mi primer encuentro con la literatura asiática fue con 14 años. Yo iba mucho a la biblioteca y me llevé El Rumor del Oleaje de Yukio Mishima. Creo que fue una entrada increíble en este mundo, porque nunca pude parar. Seguí con Kawabata y con todos los clásicos japoneses, y de ahí, con los años y gracias a las nuevas traducciones de literatura asiática, pude acceder a literatura coreana, china, vietnamita…

Por otra parte, gracias a mi amor por escribir y por este tipo de literatura, hace casi tres años decidí comenzar con mi proyecto @libros.asia en Instagram. Leo todo tipo de literatura, pero me apetecía mostrar mi visión del continente a través de los libros a quién estuviera interesado, ¡y parece que cada vez hay más gente que ama las letras asiáticas, por suerte!

2. ¿Tiene alguna escritora asiática favorita? ¿O puede nombrar algunas obras asiáticas que hayan sido escritas por mujeres y que le hayan encantado o le parezcan que merecen ser destacadas?

¡Muchísimas! Creo que la literatura asiática contemporánea tiene nombre de mujer. Podría nombrar a Han Kang, que es una de mis favoritas y que tiene cuatro libros traducidos al castellano (mi favorito, “Actos Humanos”), o a Cho Nam-joo, ambas coreanas. 

Además, creo que hay autoras increíbles como Hiromi Kawakami (“El cielo es azul, la tierra blanca” es un libro que nunca me cansaré de recomendar), Banana Yoshimoto o Mitsuyo Kakuta en Japón, o Kim Thúy, vietnamita, que son maravillosas y hay que leer sí o sí.

Parte II - SOBRE LA LITERATURA SURCOREANA DE AUTORAS FEMENINAS

3. Como lectora, veo que la mayoría de las obras surcoreanas − muchas novelas y cómics, por ejemplo  − que han sido traducidas a Occidente están escritas por mujeres (y además, en la versión inglesa del portal Korea.net leí un artículo de 2021 que afirmaba que los libros escritos por mujeres son mayoría en el mercado editorial del país actualmente).

Lo que me parece más curioso es que se han empezado a traducir, o redescubrir, tantos libros escritos recientemente como otros más "antiguos", publicados originalmente antes de 2017.

¿Crees que es correcto decir que las escritoras han sido los principales exponentes de la literatura surcoreana? ¿Qué elementos/razones atribuye a este fenómeno?

Creo que, aunque en Corea del Sur hay grandes escritores hombres, muy reconocidos, sí ha sido gracias a ellas que hemos podido conocer y adentrarnos en su literatura. Mi primera obra surcoreana fue “Por favor, cuida de mamá”, de Kyung-suuk Shin, y sin duda creo que ellas tienen una forma de escribir mucho más directa, cruda, y a la vez poética. Su mirada y su ruptura con ciertos aspectos de la cultura coreana que las mantenían oprimidas aparecen en estos libros, y creo que es una de las razones para que actualmente la literatura surcoreana tenga nombre de mujer. Es fácil empatizar con estas lecturas, sentir su dolor, trasladarse a esas historias.

4. Además de Min Jin Lee, veo a Han Kang (La Vegetariana - 2007), Cho Nam Joo (Kim Jiyoung, nacida en 1982 - 2016) y Shin Kyung-Sook (Por favor, cuida de mamá - 2009) como obras/autoras muy reconocidas. ¿Dirías algo sobre alguna de ellas? ¿Qué otras obras/autoras le gustaría destacar, y por qué estas?

Casualmente las he nombrado a todas anteriormente, porque me parecen impresionantes y necesarias para comprender la literatura coreana y sus modos de transmitir emociones. Además de estas autoras, me gustaría destacar a otras como Won-pyung Sohn, que se hizo muy conocida con “Almendra”, Keum Suk Gendry-Kim que está acercando a occidente la historia de Corea gracias a sus novelas gráficas, Kim Hye-jin, que ha cosechado un gran éxito con “Sobre mi hija”, Oh Jung-hee de la que se ha traducido recientemente “Ríos de fuego y otros relatos”, fantástico, o Kim Ae-ran, que me sorprendió con “Afuera es verano”, otra colección de relatos sobre la pérdida, impecable.

En definitiva, creo que es un gran momento para la literatura surcoreana escrita por mujeres, y yo personalmente estoy muy agradecida de que tantas editoriales apuesten por ellas.

5. Otra cosa que me parece muy intrigante es que parece que muchas obras reúnen temas poco "familiares" para los lectores occidentales, como la experiencia de la (post)colonización en Corea del Sur, y otros con los que, en contrapartida, resulta sorprendente identificarse: los aspectos más diversos de las cuestiones de género (patriarcado, sexismo, mercado laboral femenino, maternidad, etc.), por ejemplo.

¿Qué tipo de impacto cree que tiene realmente la literatura surcoreana femenina contemporánea en los lectores internacionales?

Creo, bajo mi experiencia difundiendo datos sobre la cultura asiática, que la Historia de Asia es muy desconocida en Occidente. Pocas personas saben sobre la Guerra del Pacífico o sobre la ocupación de Corea del Sur por parte de Japón. Estos libros que tratan de una forma tan cruda estos temas, pero siempre entremezclados con historias que atrapan, están haciendo que el lector occidental se interese por la historia de Asia, y me parece fantástico.

Por otro lado, como bien dices, otra gran parte de las novelas surcoreanas tratan temas que nos son muy cercanos, como el patriarcado, el sexismo o la maternidad. Hay lecturas que han incendiado a Asia entera, como “Kim Ji-young, nacida en 1982” porque son una denuncia, y creo que todo el mundo debería leerlas. Creo, además, que todas podemos identificarnos de algún modo con estas novelas, y nos hace ver que no estamos solas, que nunca lo estaremos.

Parte III - SOBRE EL LIBRO PACHINKO  

6. Pachinko inicia con una emblemática frase de abertura, «History has failed us, but no matter», y entonces sigue a cuatro generaciones de una familia coreana pobre desde una Corea ocupada por los japoneses hasta un Japón donde los coreanos son fuertemente discriminados.

¿Qué consideras más interesante y/o innovador de esta novela de Min Jin Lee? ¿ Y qué elemento te enganchó más (en términos de contexto histórico, tema, personaje, escritura/narrativa, etc.)? − Personalmente, me cautivó la forma en que cada personaje de esta saga tiene una voz única. Eso es algo que he notado cerca del final de la historia, cuando algunos personajes secundarios parecen haber ganado más movimiento que los protagonistas; para mí, esto enfatiza la Historia, no solo el arco de un personaje.

Pachinko es sin duda una obra maestra, para mí es una historia estremecedora que tiene todos los elementos para captar la atención del lector. Me pareció realmente increíble cómo la autora hila a la perfección la historia de Corea del Sur y Japón durante casi todo un siglo por medio de personajes tan bien construídos. Las figuras femeninas son el centro de todo, pero a su vez, es muy interesante como los propios lugares en los que se desarrolla la trama son también personajes en sí mismos: la casa en la que se instalan en Osaka, el mercado, los salones de Pachinko. 

Me cautivó que siendo una novela sencilla de leer, sea también una lección de historia. Para mí lo más interesante es que muestra sin tapujos los detalles más escabrosos de la vida de los primeros coreanos en Japón, y a la vez te haga partícipe de una historia familiar donde cada uno de los personajes, incluso los que parecen secundarios, tomen voz y sean fundamentales. 

Yes, Santa, there’s is a Virginia

(Por Frank Kermode / The New York Review of Books - 21. Dez. 1978)
Aceder o texto original (em inglês).

Tradução livre por Alice Rangel

Recentemente, tem ocorrido uma transformação quanto ao legado de Virginia Woolf. Não é que ela tenha se tornado famosa tardiamente; seu nome é reconhecido desde meados dos anos 20, e mesmo no início daquela década ela foi capaz, como nos mostra a mais nova publicação do seu diário, de prever com precisão sardônica as reações dos críticos (“Sra. Wool, deve tomar cuidado com o virtuosismo”; “Ela deve tomar cuidado com a obscuridade... seus grandes dons naturais etc….”; “Ela está no seu melhor com uma escrita simples…”). 

Ela viveu para ver muita coisa escrita sobre si, e mesmo nos anos em que sua reputação entrou em declínio póstumo, houve um fluxo constante de livros e artigos. Mas o que está acontecendo no momento transcende o mero modismo. Ela está sendo recebida no cânone.

Parece haver duas razões principais para a transformação no grau de atenção que os seus romances vêm recebendo — além, isto é, de um crescente reconhecimento de seus próprios méritos. A primeira diz respeito a um interesse renovado no feminismo proclamado por si, agora precisamente visto como um compromisso sério e inteligente tanto com os assuntos da sociedade à sua volta quanto os universais — compromisso este que, no passado, a arrogância masculina supunha ser impossível em uma mulher com o seu temperamento e talentos. Esse aspecto de seu trabalho é agora, e com razão, considerado muito mais importante do que o seu círculo de  amigos, homens inteligentes, poderia sequer entender. (...) 

A segunda razão, extrínseca para a mudança de que falo, é o renascimento de uma certa aura das fofocas literárias, especialmente quanto ao grupo de Bloomsbury. Quando Michael Holroyd escreveu Strachey, poucos dos sobreviventes pareciam se importar com o que era dito sobre eles e, de certa forma, a franqueza característica dos membros desse grupo se tornou agora popular: quanto a Virginia Woolf, por exemplo, às vezes parece que, para ela, a palavra “abusador” era virtualmente sinônimo de “homem”, e seus escritos autobiográficos (publicados há alguns anos sob o título Moments of Being) refletem a paixão dos integrantes de Bloomsbury pela verdade mais íntima e até mesmo embaraçosa.

Leonard Woolf, que há muito já havia publicado uma excelente seleção de textos extraídos do diário de Virginia W., falou sobre ela com amorosa sinceridade na sua própria autobiografia (The Autobiography of Leonard Woolf, dividida em cinco volumes entre 1960-69), assim como Quentin Bell, historiador de arte e sobrinho de Virginia W., na biografia, assinada por si, Virginia Woolf: A Biography. O mundo já sabe muito bem que seus meio-irmãos interferiram na sua sexualidade, que o pai a oprimia, que de vez em quando ela beirava à loucura, e que esses e outros sofrimentos não eram isentos de uma série de desvantagens compartilhadas por outras pessoas do seu mesmo sexo. Seis volumes de cartas e cinco do seu diário tornarão sua vida íntima tão conhecida do público quanto a de qualquer outro escritor da história.

Uma segunda onda de biografias, interpretativas e revisionistas, é inevitável. E assim as pessoas voltam-se novamente, com curiosidade ou veneração, para os romances, e podem descobrir que pelo menos dois deles, Ao Farol e Entre os Atos, estão entre os maiores do século. Eles podem então refletir sobre os preconceitos que atrasaram o seu reconhecimento.

O novo volume do diário cobre um período durante o qual O quarto de Jacob foi publicado e Mrs. Dalloway escrito. Um dos propósitos de mantê-lo era simplesmente satisfazer seu desejo infinito de escrever; outro, como ela descobriu, era que gostava de “praticar a escrita; fazer minhas escalas, sim, e trabalhar em certos efeitos.” O trabalho era necessário para manter a felicidade; ela e o marido pensavam assim. Dirigir a Hogarth Press era uma terapia de trabalho; preencher cada brecha do dia com utilidade era uma forma de evitar ou retardar os longos meses em branco da doença. Nesses anos, ela escreveu dois livros e uma centena de artigos e resenhas. Ela não fala muito sobre os romances (...) Ela menciona o momento em que a história da Sra. Dalloway “se ramifica em um livro… O mundo visto pelos sãos e pelos insanos lado a lado – algo assim. Septimus Smith? Esse é um bom nome?”

Amigos morreram: Kitty Maxse, considerada a Sra. Dalloway original; Katherine Mansfield, por quem sentia um misto de afeição, respeito e inveja. Ela não está profundamente perturbada. Muda de casa e, saindo de Richmond, reflete sobre os tempos da doença: “Tive algumas visões muito curiosas neste quarto... deitada na cama, louca, e vendo a luz do sol tremulando como água dourada na parede. Eu ouvi as vozes dos mortos aqui. E me senti, apesar de tudo, extraordinariamente feliz.”

Ela gostava de pensar que esse poder visionário compensava a falta de uma razoabilidade digna a que associava a Leonard; sentia-se excluída do mundo em que ele distinguia-se e tendia a exagerar quanto à falta de alguma inteligência prática em si própria, mas afirmava, em vez disso, uma suscetibilidade à “poesia da existência”, muitas vezes, diz, associada “ao mar e St. Ives”. Às vezes, ela fala da realidade como se fosse algo com o qual todos, exceto ela, tivessem o direito de ser tranquilos. Mrs. Dalloway ajudou-a a superar o medo dessa exclusão, e Ao Farol foi a obra-prima que resultou nela dando ao mar e a St. Ives o reconhecimento que merecem.

Em 1922, Virginia W. chegou aos quarenta. O grupo Bloomsbury ainda estava florescendo, embora “todos nós tenhamos envelhecido; tornado-nos robustos; perdido nossa maleabilidade e impressionabilidade”, diz ela. A sentença triádica é característica; em certo sentido, Entre os Atos é um conjunto extraordinário de variações sobre si. Essas tríades são impostas ao seu mundo. Lá estão todos eles, Keynes e Strachey e Fry; Bell e Forster e Grant; nas margens, Ottoline Morrell, Mansfield, Eliot. Afeto e admiração nunca a tornaram acrítica. Forster foi por um tempo seu conselheiro; mas, disse ele, "esperou que ela explodisse". Ela admirava Strachey profundamente, mas invejava as vendas de seus livros. Ela pensou que o intelecto de Keynes estava totalmente fora de seu alcance, mas o viu “à luz da lâmpada – como uma foca empanturrada, queixo duplo, saliência do lábio vermelho, olhinhos sensuais, brutais, sem imaginação”. Clive Bell cometeu o erro de ficar gordo e careca. Os colegas que não lograram do glamour de Cambridge passam por momentos ainda piores; Eliot entra e sai, suavemente hipócrita, lastimado, evasivo, admirado.

O registro da leitura de Woolf muitas vezes mostra a mesma capacidade de admirar e criticar simultaneamente. “Em The Wings of the Dove (Henry James) há muito ‘malabarismo e arranjo de lenços de bolso de seda’ e Milly desaparece atrás deles. Ele se supera... A compreensão mental e o prolongamento são magníficos. Não uma frase flácida ou frouxa, mas muito emasculadas por essa timidez ou consciência ou o que quer que seja. Muito altamente americano, eu conjecturo, na determinação de ser de alta linhagem e na leve obtusidade quanto ao que é alta linhagem.” Resistindo à propaganda de Ulisses dirigida por (T.S) Eliot, ela o chama de "um livro analfabeto e malcriado... o livro de um trabalhador autodidata". Proust é outro assunto, inquestionavelmente de classe alta: “seu comando de todos os recursos é tão extravagante”.

Ocasionalmente, e compreensivelmente, ela dizia que gostaria de conhecer algumas “pessoas normais”, mas quando as conhecia, estas tendiam a ser mal-educadas ou chatas. A classe importava enormemente… O horror da classe média alta inglesa de ser confundida com a classe média baixa inglesa. Ela criticou as amigas por se vestirem mal: “não deveriam cheirar como o balcão de pechinchas e o subúrbio”. (...) Tinha uma queda por grandes damas, livremente confessada no ensaio “Am I a Snob?”.  Lá, por exemplo, está a Sra. Asquith, “branca como pedra: com os olhos castanhos velados de um falcão idoso... Ela cavalga a vida, se você quiser (ela mesma queria cavalgar no trabalho “como um homem cavalga um grande cavalo”). Tinha um pouco de medo dessas grandes pessoas: “O que acontece com os aristocratas é que eles disfarçam todas as pretensões com muita humildade; e deixam qualquer um pisar neles, e então, de repente, tornam-se senhoriais.” Victoria Sackville-West, no primeiro encontro “florida, de bigode, cor de periquito, com toda a facilidade flexível da aristocracia”, se tornaria sua amante.

Por empregados domésticos, ela tinha um desprezo às vezes simplesmente odioso. Ela parece nunca ter olhado criticamente para as atitudes de classe de seu grupo, talvez porque ela mesma fosse socialmente insegura. Foi quando estava doente que seu desgosto com a vida e os corpos dos pobres se tornou mais violento. Ela estava ciente da opressão das mulheres enquanto classe, é claro, mas nesse estágio ela queria que as grandes damas lidassem com isso: “As senhoras R[hondda]s deveriam ser feministas… Se as mulheres ricas fizerem isso, nós não precisaríamos; e são as feministas que vão drenar esse sangue negro de amargura que está envenenando a todos nós.” As suas duas principais obras feministas, Um quarto só seu e Três guinéus, foram publicadas em 1929 e 1938.

Qualquer pessoa que leia este diário sem alguma consciência de toda a história poderá supor que sua autora tenha sido uma pessoa raramente talentosa, raramente trabalhadora (preenchendo lacunas atualizando seu grego ou aprendendo russo) e, na maioria das vezes, raramente feliz. A edição, devo dizer, reforça uma impressão de tranquilidade, até de alegria; O toque de Anne Olivier Bell é leve e divertido, e mesmo o excelente índice é bastante alegre. Mas poucos o lerão com olhos tão inocentes. Os colapsos e o suicídio estão tão bem documentados, assim como as agressões sexuais e a recorrente sensação de exclusão e aridez, e também suas dúvidas sobre suas próprias inteligência, sanidade e realizações. Tudo isso precisa ser explicado, e mais dois “explicadores” estão disponíveis.

Roger Poole é polêmico e também apologético, e os principais alvos de seu ataque são Quentin Bell e, especialmente, Leonard Woolf, os quais disseram repetidamente que, no que Poole chama de “períodos de muita angústia”, Virginia Woolf enlouqueceu. Esta é a expressão que eles – e Virginia Woolf, e muitas outras pessoas, pois o uso, embora brusco, é normal – utilizam para se referir a pessoas que afirmam ouvir “os pássaros falando grego e o rei proferindo obscenidades entre as azáleas”. Poole prefere dizer “os nervos dela acabaram”.

(...) 

Sobre esses traumas anteriores, Poole tem coisas persuasivas a dizer; por exemplo, ele dá um palpite brilhante sobre por que os pássaros falavam grego com Virgínia. Ele usa uma variedade de ideias psicanalíticas, algumas menos plausíveis do que outras (o famoso episódio da assustadora experiência da menina de seis anos de idade com um espelho está relacionado ao “estágio do espelho”, mas seis anos não seria um pouco demais para isso?). 

É, no entanto, em seu tratamento para com Leonard que ele falha em persuadir. É, sem dúvida, verdade que [Leonard] Woolf (“um judeu sem um tostão”, como Virginia gostava de chamá-lo, de origem de classe média baixa) permaneceu, apesar de Cambridge e dos Apóstolos, incomodamente consciente de sua ambiguidade social, indevidamente vaidoso de seu intelecto; e possivelmente, ao longo dos vinte e nove anos de casamento, ele às vezes tratou mal sua esposa doente. Mas Poole acha que ele sempre esteve errado. Ele consultou os médicos sobre a saúde dela antes mesmo de ficarem noivos, interpretou o colapso dela após a lua de mel como uma recorrência dos antigos problemas (em vez de ver que tinha, nesta lua de mel, a própria causa), teve alguns problemas para encontrar médicos que diriam que sua esposa não deveria ter filhos e, de fato, entrou em uma conspiração ao longo da vida em oposição à classe médica contra ela. Sua recusa em comer, ele rebateu estupidamente, sendo incansavelmente persistente naquilo o que apenas ele mesmo pensava; ele reforçou seu medo de ser encarada em público. E tudo isso Poole conecta, muito habilmente, com o relato da loucura de Septimus Smith em Mrs. Dalloway.

No entanto, é certamente errado representar Leonard Woolf como tão maligno. Talvez sua escolha de conselheiros médicos tenha sido, se não prematura, infeliz, e Septimus reconhecidamente pulou da janela. A anorexia nervosa (diagnóstico de Rose) foi e continua sendo uma doença difícil de tratar. Ele cometeu outros erros, e pode ser verdade que sua paixão masculina pela razão fez com que fosse especialmente difícil para ele entender a loucura. No entanto, ele lutou por tal compreensão, e um revisionismo menos partidário certamente sugeriria que ele teve algum sucesso.

Virginia Woolf tinha quase trinta anos e não tinha muitas conquistas quando se casou; apesar de dois anos perdidos, ela era intensamente produtiva aos quarenta, trabalhando em seu quarto romance, Mrs. Dalloway, consciente pela primeira vez da genuinidade de seu dom e até bastante famosa. Seria difícil argumentar que Leonard não participou de tudo isso, que ele e a esposa eram totalmente incompatíveis, que o casamento, embora como outros casamentos sui generis, não foi feliz em muitos aspectos. Poole assim argumentaria; e ele é, no final, obrigado a confrontar a nota de suicídio, na qual Virginia escreveu “Não acho que duas pessoas poderiam ter sido mais felizes do que nós”. Isso ele descreve como uma mentira honrosa, “a única fraude de sua carreira”, destinada a poupar Leonard de parte da culpa do sobrevivente. Há poucos motivos para acreditar nisso, ou para não acreditar nas razões do suicídio ditas no bilhete para Vanessa [Bell], que talvez não estivesse disponível para Poole: “Agora tenho certeza de que estou ficando louca de novo. É como da primeira vez, estou sempre ouvindo vozes e sei que não vou superar isso agora.”

Phyllis Rose cita o bilhete para Vanessa. Embora ela certamente não negligencie os elementos patogênicos na história inicial da sua personagem, ou sua relação com os dons da romancista, o livro de Rose se distingue menos por suas novas descobertas e teorias do que pela visão extremamente simpática e equilibrada de Woolf como uma mulher das letras – com ênfase em “mulher”. Poole enfatiza a dicotomia entre a racionalidade masculina e a imaginação feminina, e isso também faz parte do tema de Rose. Ela é muito boa nas dificuldades que impedem alguns tipos de conquistas no mundo de um homem, e nos homens em questão – desde o pai queixoso até os meio-irmãos abusivos e doentios, e aqueles brilhantes e enfadonhos abusadores. Em Três Guinéus, Woolf argumentou uma relação entre as naturais travessuras masculinas e o fascismo. Ela achava que as suposições convencionais sobre registrar a realidade na ficção também eram essencialmente masculinas; mas a esse respeito ela estava menos segura de si mesma, do valor de seus métodos, totalmente diferentes.

Rose, aqui, é particularmente precisa: ela identifica os sucessos característicos de Virginia W. com suas vitórias sobre o preceito masculino, com sua recusa da dicotomia poesia-fato. Houve lapsos, mesmo em The Years (Os anos); mas o feminismo venceu, e o poético e o “experimental” sobreviveram, de modo que certos aspectos positivos do modernismo devem ser vistos como um triunfo para o sexo feminino. Esse sucesso foi alcançado, como Rose teve o cuidado de mostrar, sem perder o envolvimento sério com grandes questões públicas, embora esse envolvimento também fosse diferente, em estilo, das versões masculinas.

Rose naturalmente especula sobre o casamento (praticamente) em branco e a tensão que daí acarretada; mas decide, sensatamente, que uma mulher que aos vinte e nove anos se descreve como um fracasso, sem filhos e insana, e aos quarenta afirma ter encontrado sua própria voz e ser feliz, não sofreu uma década desastrosa. 

Na verdade, ela havia feito muito para desacreditar o “modelo pré-existente (masculino) do romancista”. Tal modelo ainda não está totalmente morto, como testemunham muitas críticas sobre a ficção; mas é muito pobre. Rose escreveu um livro admirável; ela é perspicaz sobre a loucura de Woolf, em particular sobre sua tendência a se repetir quando um romance estava sendo finalizado; e ela entende parte de sua utilidade, da qual a própria Woolf testemunhou. Na visão de Rose, toda a história de Virginia Woolf ilustra os problemas que ainda enfrentam as mulheres de sucesso. Às vezes penso que ela está errada (por exemplo, que não entende Entre os Atos e especialmente a Sra. Manresa); mas o retrato como um todo parece correto e ajuda a explicar a revisão um tanto tardia do cânone a que aludi no início.


Texto nº7 da coluna “Um teto todo dela”.

Por Wera Grzes* (@alloewero), artista visual e poeta. Colaboradora / OKNA − Espaço cultural.

Tradução livre / Tainá Amado

Há um poema de Wislawa Szymborska que, sem que fosse a intenção da autora, acabou por entranhar-se gradativamente na música popular polaca. Tal se intitula “Nada duas vezes” (PL: Nic dwa razy), publicado pela primeira vez no seu volume de poesia Calling Out to Yeti (PL: Wołanie do Yeti, 1957): na década de 1960, Łucja Prus veio a transformá-lo numa canção, a qual, trinta anos mais tarde, a lendária banda de rock Maanam (formada na Cracóvia, Polónia) revestiria ao  som de punk rock. Apesar de outro artista polaco, Sanah, ter também adaptado essa canção mais recentemente, é a versão da Maanam a que me familiarizo mais. Lendo a faixa, ouço a voz da vocalista Kora a cantar: “Nunca nada pode acontecer duas vezes. / Em consequência, o facto lamentável é que chegamos aqui improvisados / e partimos sem a oportunidade de praticar”.

Em um documentário dedicado a Wislawa Szymborska A Vida é Suportável. Às vezes..., (realizado por Katarzyna Kolenda-Zaleska em 2010), Lawrance Welsch alega que quem ainda não conhece a vencedora polaca do Prémio Nobel, mas virá a ler ao menos um dos seus poemas, tão logo a terá como poetisa favorita. E, aqui, devo reiterar: mesmo que não se conheça a obra poética de Szymborska ou esteja sequer interessado em poesia, ao ler ou escutar qualquer trecho de um dos seus poemas, um verso irá fixar-se na sua memória. Por quê? Talvez tenha a ver com algo que disse o próprio Lawrance Welsch: “(...) os poetas têm de nos acertar com força para fazer-nos ver estrelas. Nela (W. Szymborska), um toque apenas é o suficiente para sentir a luz. Ela tem um dom para descrever coisas sérias e profundas de uma forma muito gentil”.

Nos poemas de Szymborska, o humor entrelaça-se com a melancolia. Devaneios sobre a vida e seus incidentes, grandiosidade e beleza intrincam-se com a morte enquanto algo efémero ou findável. Tedeusz Nyczyk, crítico literário polonês, enxerga na sua poesia um pilar para que se lide com as dificuldades da vida, algo no qual podemos nos agarrar para não enlouquecer. No entanto, aponta também que a obra de Szymborska mostra como pode-se explorar o mundo de modo a apaixonar-se por ele. Porque Szymborska encontra beleza também nas pequenas coisas, quase imperceptíveis, mas que nos acompanham todos os dias. “Graças a Szymborska, enxergo o mundo com outros olhos, porque ela descreveu o mundo de tal maneira que não consigo vê-lo como o via antes”, diz Clare Cavanah, citando um poema no qual Szymborska diz ver até certos botões de maneira diferente.

Szymborska não gostava de falar sobre si mesma e sua poesia, uma vez que acreditava que o autor deveria expressar-se apenas em sua obra. Ela dedicou o seu trabalho para os leitores, e diz-se até que ela gostaria que estes o aceitassem como sendo deles, escrito para eles: “Porque o poema é de vocês, que estão lendo isso, e a vocês eu dedico”, referiu a poetisa. E aqui podemos retornar à canção “Nada duas vezes”. A autora nada tinha contra o uso da sua poesia na música e, no entanto, gostaria que todos encontrassem tempo para pegarem no livro antes de escutar um texto (re)interpretado por outros. Porque a autoimagem que se cria nessa primeira leitura talvez até seja bizarra ou ingénua, mas é algo maravilhoso − é a própria experiência insubstituível.

Com tais pensamentos, reli o poema de Szymborska anos depois e descobri novos sentidos por trás de suas palavras, nas coisas comuns e incomuns: “Abraçados, enlevados, tentaremos vencer a mágoa, mesmo sendo diferentes como duas gotas de água” (nota: a tradução desse verso foi retirada da antologia Alguns gostam de poesia − ed. Cavalo de Ferro, 2004).

Poemas

Traduções realizadas com auxílio de modelos de linguagem
Eu amarro meu chapéu — ajeito meu xale (Poema 443)
Emily Dickinson

Eu amarro meu chapéu — ajeito meu xale —
As pequenas tarefas da vida — precisamente faço —
Como se a menor delas
Para mim – fosse infinita.

Eu coloco novas Flores no Vidro —
E descarto as velhas
Eu tiro uma pétala do meu vestido
Que se prendeu lá — e pondero
Quanto tempo falta até às seis
Eu tenho tanto a fazer —
E ainda assim — a Existência — em algum lugar remoto  —
Parou — interrompeu — o meu tique-taque —
Não podemos nos descartar
Como um Homem completo
Ou Mulher — Quando a tarefa é concluída
Nós viemos à carne —
Pode haver — Milhas e milhas de Nada —
De ação — ainda mais doentia —
Simular – é um trabalho doloroso —
Para encobrir o que somos
Da ciência – e da cirurgia —
Olhos demasiado telescópicos
Para se lançarem sobre nós desprotegidos —
Por causa deles — não por nós —
Eles se assustariam —
Nós — poderíamos tremer —
Mas desde que temos uma Bomba —
E a seguramos em nosso busto —
Não — Segure-a — ela está calma —

Portanto — fazemos o trabalho da vida —
Embora a recompensa da vida — seja alcançada —
Com escrupulosa precisão —
Para manter nossos Sentidos — funcionando –

Publick Universal Friend Adota uma Aparência Mais Andrógina, Vestindo Longas Túnicas Clericais, Ostentando um Chapéu de Castor de Abas Largas ao ar livre
Day Heisinger-Nixon

O vestido não me faz a coisa,
mas eu não uso muito o vestido de qualquer maneira.
No poema, posso segurar o vestido com essas mãos
o que é mais do que posso dizer sobre as mãos.

Escrevo: com licença enfermeira, tenho sangue
no meu vestido. Eu escrevo: desculpe-me senhor, eu tenho
tive sangue. Cole Swensen escreve: o homem nascido
com duas mãos esquerdas nasce um homem feito.

O homem que nasceu com as mãos cheias de mãos
depois morreu. Eu nasci um homem não adulto, que é para
dizer que morrerei mais tarde, mas quem sabe como ou em quão logo.
Eu sei, algumas pessoas nascem com pedaços demais. 

Alguns com tão pouco. Tenho a sorte de entender meu corpo
em quantidades adequadas. Imagino minhas mãos da mesma forma. Eu jogo
uma para chamar um ônibus e eu me torno uma vela. Ou seria violador? Nas minhas
notas, escrevo: escreva apenas sobre as condições materiais de sua vida.

Em minhas anotações, escrevo: não se prenda muito aos detalhes
do corpo. Enquanto criança, eu durmo com os dois sapatos por
medo de incêndios. Eu: a criança drag no incêndio pós-casa. Eu: uma criança nascida
em um país de corrida, mas não um filho da corrida.

Eu jogo a outra mão e eles veem um homem adulto. As
mãos do conto não importam. Nem sua dupla canhotice.
As mãos colheram açúcar & falam de sua impossível fossificação.
Só o crânio pertence à história, dizem, só os fêmures.

As mãos tecem cada disco pelas janelas da morada de linho
cobrindo meu corpo & o corpo permanece não-metaforado. Através de uma tela,
um cliente diz: Desculpe, mas. Um cliente pergunta: Você é homem ou mulher?
Um cliente sorri para minha masculinidade e diz: Graças a Deus!

diz, As mulheres nunca interpretam para mim corretamente!
Você já pensou em entrar para o exército?
De uniforme sua namorada não vai conseguir
parar de foder você.

Ao telefone, um representante da Covered CA
me ouve falar & depois pede desculpas por me ligar
senhora,medesculpe,senhorsenhora. Desculpe, enfermeira, mas eu tenho
tive sangue no meu vestido. Desculpe senhor, mas eu tenho sangue.

Está pingando pelas minhas mãos, por sua canhotice dupla.
Está ficando no vestido. Por favor, salve o vestido.
Eu não sei como falar sobre a coisa sem o vestido.
Por favor, salve a coisa & seu vestido. É tudo o que resta.

Nota da autoria: Publick Universal Friend (n. 1752) foi um Quaker americano que adoeceu e foi dado como morto antes de ser reanimado como um “profeta evangelista sem gênero”. Esses poemas consideram, à luz do Amigo, a confluência de gênero e doença, e uma ancestralidade transamericana doente.